¿Cuántas y cuáles de las costumbres de los animales son aprendidas y cuántas y cuáles son innatas? Es ésta una pregunta que siempre se han formulado como objetivo de sus estudios los etólogos, que son biólogos que investigan el comportamiento de la fauna. Esta disciplina –la etología- es tremendamente curiosa e interesante, pues sumerge a sus practicantes en la quintaesencia del fenómeno de especie. Aunque existen muchas definiciones de tal concepto, se suele reconocer a una especie como el conjunto de animales de ambos sexos con características morfológicas y de comportamiento similares y que además participan recíprocamente en la reproducción, esto es, se aparean. Ésta podría ser la definición de especie más comúnmente aceptada, pero las más avanzadas investigaciones biológicas del momento dan cuenta de otras posibles formas de identificar a los seres vivos según clasificaciones estancas, de acuerdo a criterios bien distintos del que arriba enuncié.
Ahora bien, los ejemplares de cada especie, tienen unas pautas y hábitos de comportamiento homogéneos que los diferencian o aproximan a otras especies diferentes. Volviendo a la pregunta con la que empecé esta entrada…¿son todas las costumbres aprendidas por los animales a lo largo de su vida o existe algún medio de que esos instintos se hereden entre generaciones sucesivas?. Evidentemente esta cuestión se la han planteado antes muchísimas personas, pero por su elocuencia sin par voy a referir aquí la trama de un episodio de la serie de divulgación naturalista “El hombre y la Tierra”, de la cual, debo confesarlo, soy un adicto, y en la que el malogrado Félix Rodríguez de la Fuente contesta a esta pregunta de la manera más radical posible, esto es, con hechos verídicos, repetibles, verificables y contrastables, esto es, científicamente.
El capítulo al que me refiero está dedicado a las costumbres de una ave carroñera de origen africano, que pasa la época estival por nuestras latitudes, el alimoche (Neophron percnopterus). En las tierras africanas el alimoche, ave emparentada con los buitres, demuestra tener un cierto instinto a la hora de alimentarse. Para romper las duras corazas de los huevos de avestruz con el objeto de alimentarse de su contenido, suelta piedras de tamaños proporcionados al huevo sobre el mismo, para así fracturarlo y poder sorber su interior. En otras palabras, al igual que sucede con los humanos y con ciertos simios y otros animales de los que después hablaré, utiliza herramientas para su vida cotidiana. ¿Cómo es posible ésto si su cerebro no es mayor que el de otras aves, cómo puede residir en él tal inteligencia? -aunque confieso que nunca he pensado como un alimoche, por lo menos nunca tiro piedras sobre los huevos de gallina antes de freírlos en la sartén-. La pregunta que me hago yo es además otra… ¿por qué otras aves que se alimentan de huevos no tienen esta costumbre de soltar piedras encima?. Si lo hace el alimoche que tiene un cerebro pequeño bien podría hacerlo también una urraca, de cerebro similar, y que también se alimenta de huevos entre otras cosas. Sin embargo la urraca esto no lo hace, tal vez porque se alimenta de huevos de menor tamaño, y a pesar de ser un córvido, y por tanto poseer inteligencia como mínimo similar. La intuición parece estarnos diciendo a gritos que de algún modo es una costumbre heredada y propia de esa especie (me refiero al alimoche).
Parece increíble que cuando se mezclan las células reproductoras de macho y hembra y se produce la división celular que da lugar al embrión, y cuando esos errores de copia en multiplicaciones sucesivas de las células primigenias producen variaciones aleatorias de nacimiento –totalmente dependientes del azar- que nos hacen tener rasgos idénticos a nuestros padres y abuelos con pequeñas –a veces grandes- variaciones, todo ello está escrito en el libro del ADN, en un libro de tamaño microscópico en el que está sintetizado cómo seremos físicamente, cómo sentiremos, cómo pensaremos, cómo enfermaremos, todo lo que nosotros seremos como ser vivo, y escrito en tantas copias como células tenemos en nuestro cuerpo. Es el mayor milagro que una mente humana puede admirar y comprender, el milagro de la vida, el milagro del mundo.
¿Cómo saben las crías de los mamíferos que deben alimentarse chupando de los pezones de su madre?¿Lo aprenden?. En principio no tienen ningún profesor que les diga que lo deben hacer, y si fuese un acto cometido por azar, entonces me parece muy raro que todos, absolutamente todos los mamíferos, mamen de su madre, es una coincidencia poco menos que extraña. Pero siguiendo mi argumentación donde la había dejado, continuaré explicando lo que sucede –para los que no lo hayan visto- en este episodio inigualable. En este capítulo de “El hombre y la Tierra”, Félix roba él mismo personalmente una cría de un nido de alimoche, la cual es llevada a un pequeño invernadero donde se le suministra calor y se le aisla del entorno. Después de llevado el alimoche al invernadero, al que Félix le pone el simpático nombre de Gaspar, el propio Félix y sus compañeros de rodaje se hacen pasar por sus progenitores y lo alimentan mediante pinzas con la carne que suelen recibir de sus padres naturales las crías de alimoche. Una vez que Gaspar llega a la edad equivalente a la de marcha del nido, los naturalistas lo llevan a la montaña para que aprenda a volar y para que conozca su medio. Cuando Gaspar tiene ya edad de buscarse la vida –fijaros que los humanos también lo hacemos, también llegado el momento nos separamos de nuestros padres y/o nos buscamos la vida por nosotros mismos- llega el momento crítico de saber si el hábito de los alimoches es innato o no lo es. Para averiguarlo, Félix y sus compañeros fabrican falsos huevos de avestruz con un tamaño y dureza del cascarón similares a los del ave africana, utilizando escayola, y los rellenan con el interior de huevos de gallina. En este punto debemos darnos cuenta que el joven alimoche no ha aprendido de absolutamente nadie del mundo mundial que si tira una piedra suficientemente grande encima romperá el huevo, sencillamente no se lo ha visto hacer a nadie. Y como en el más maravilloso cuento Gaspar se aproxima al huevo, primero prueba con piedras pequeñas, y finalmente coge piedras más grandes y las lanza sobre el huevo, rompiéndolo y sorbiendo su jugo. ¡¡¡¡Asombroso !!!!. Un ave que no tuvo el suficiente contacto con sus padres reales, de quienes podría aprender ciertas cosas por imitación, que nunca ha estado en África, que nunca ha visto un huevo de avestruz ni nada similar, que ni siquiera sabe que es un alimento, con una inteligencia que en principio es similar a la de otras aves, sabe instintivamente, por decirlo así, que el huevo le va a servir de comida y que para ello tiene que emplear una herramienta –la piedra-. Debo reconocer que este episodio me parece uno de los mejores de la serie ibérica de “El hombre y la Tierra”.
La consecuencia que se extrae de las peripecias de Gaspar es que algunos de nuestros instintos son heredados, puede parecer extraño, pero es verídico, muchas de las pautas que desarrollan los seres vivos las ejecutan porque de algún modo ello está registrado en su biblioteca genética, como el hecho de que respiremos sin pensar en ello o que nuestro corazón lata sin controlarlo con la mente, ambas cosas a otro nivel. Y esto es así porque las mutaciones que dieron lugar a esos comportamientos fueron en su momento ventajosas evolutivamente y la selección natural actuó conservándolas. Otro ejemplo que se me ocurre sin salir de los animales alados es el de los alcaudones, también llamados comúnmente pájaros verdugo. Los alcaudones (familia Lanidae) son aves muy agresivas, que se alimentan de toda suerte de pequeños mamíferos, otros pájaros, reptiles e insectos. No son precisamente vecinos agradables, ya que para matar a sus presas las empalan en pinchos de espino o de cercados de alambre, ello ya condiciona el lugar donde ubicarán sus nidos, cerca de los pinchos. Dichos nidos tienen la forma y tamaño similares a los nidos de mirlo común (Turdus merula), y los construyen en árboles ubicados en terrenos abiertos. Los alcaudones, al igual que los estorninos y otras aves canoras, son buenos imitadores, reproducen el canto de otras especies, quizás para atraerlas. El hecho de que empalen a sus presas viene dado porque su pico y sus garras no son suficientemente robustos y ganchudos como para desgarrar las presas grandes, ni poseen la suficiente fuerza como para hacerlo, por ello se ven obligados a ensartar a sus víctimas, de forma que estando éstas perfectamente enganchadas, pueden tirar con toda la fuerza de su cuerpo para desgarrarlas. Además de esto los restos que les sobran quedan ensartados en el espino a modo de despensa que utilizarán en el invierno. Evidentemente un alcaudón recién nacido que esté en el nido no aprende esto de ningún otro alcaudón. Se trata de unas pautas de comportamiento cuyo empleo instintivo está de algún modo –por increíble que esto parezca y a tenor de las pruebas- grabado en el código genético de sus poseedores, aunque quizás haya una componente de aprendizaje si los alcaudones padres conviven con sus crías lo suficiente. Otros ejemplos de aves con comportamientos exclusivos de su especie son el de los mirlos acuáticos y el de las grajillas. Los mirlos acuáticos viven en cursos de agua dulce y se alimentan de frigánidos, larvas de insectos acuáticos, ditiscos, y libélulas, y otros insectos de nuestros ríos. Para capturar in fraganti a sus presas los mirlos acuáticos no dudan de coger las piedras del fondo del río con el pico y apartarlas a un lado. Lo mismo que ocurre en el caso de las grajillas, las cuales son medianos córvidos que para buscar su sustento apartan las piedras cogiéndolas en su pico. Y lo hacen todas las grajillas y todos los mirlos acuáticos. Parece indicar que puede haber una componente genética en este comportamiento. Saliéndonos ya de la clase de las aves se podrían citar muchos ejemplos de pautas de conducta -tal vez sería más correcto llamarlas instintos- congénitas (os), a mí se me ocurre por ejemplo ahora los curiosos algoritmos que emplean las abejas para comunicarse avisando de la dirección y distancia de las fuentes de pólen, o la costumbre de la hembra de la mantis religiosa después del acto sexual de comerse a su compañero, pero en realidad lo cierto es que absolutamente todas las especies de la fauna mundial tienen instintos propios, a veces congénitos como se ha demostrado que sucede en muchas ocasiones y otras veces como mezcla de la herencia, del aprendizaje -cuando las crías permanecen lo suficiente junto a sus progenitores- y por qué no, también del azar en una componente mínima.
En la fotografía superior se representa un alimoche, que bien podría ser un descendiente de Gaspar, quién sabe, y en la inferior el macho de un alcaudón real.