¿Qué nos está pasando a los humanos?¿Estamos perdiendo la humanidad? Vemos la desgracia ajena y torcemos la cabeza para otro lado, un mendigo realmente necesitado nos pide para comer y le regalamos una cara de auténtico desprecio… Nos da igual lo que les pase a los demás, nos es indiferente, hasta diría que nos da igual lo que pasa con nosotros mismos. Parece como si esta sociedad fría y competitiva, este ritmo acelerado que nos priva del tiempo de dedicación a nosotros mismos y a los demás, nos hubiera vuelto insensibles, y parece como si el rasgo más humano de entre los rasgos, el sentimiento o emoción producidos por lo que oímos o vemos, fuera ya un lujo para muchos y para otros algo deleznable, odioso, y motivo de vergüenza.
¿Qué nos está pasando a los humanos?¿Acaso no es sano de vez en cuando llorar -al marger supuesto de las patologías depresivas-? El lloro de amor, la lágrima nostálgica, la lágrima de pena, son muy sanos y creo que muy recomendables alguna que otra vez, pues nos hacen caer en la cuenta de que seguimos siendo hombres, con nuestros problemas, nuestras inquietudes, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestros amores y desamores, y sobre todo, nuestros sentimientos.
Hay una escena del cine clásico que me tiene enormemente obsesionado. Se trata de la escena de «Casablanca» en la que Ingrid Bergman, esa belleza de los años 40 que es ya inmortal, deja resbalar por sus mejillas unas amargas lágrimas, al volver a ver tras algunos años a su antiguo novio Rick (Humphrey Bogart), cuando le dice al pianista negro Sam algo así como: «toca El tiempo pasará, Sam». Por sólo la belleza de esta escena aparentemente simple estoy condenado a ver Casablanca una y otra vez hasta la tumba, aunque ya casi me la sepa de memoria. A ese tipo de lágrimas es al que me refería en el párrafo anterior.
Como médico de mi alma reivindico cinco minutos de lloro semanales y los prescribo a todos los interesados que quieran mejorar su vida.
Tómese además la siguiente píldora diaria, con un vasito de agua.
El mundo del mañana
Me gustaría pensar
que tal vez, algún día,
el mundo será
de los seres insignificantes…
de los ancianos que regalan
caramelos a los niños,
de los mendigos,
que no tienen nada,
de los inofensivos hombres
que observan los pájaros,
de los jardineros
que cuidan cada rosa,
de los empleados
que se esfuerzan
por llegar a fin de mes,
de los barberos
que entretienen
al cliente,
de los relojeros viejos
que añoran a la Bergman,
de las novias buenas
y estudiosas,
de los niños de mirada
húmeda y tímida,
que serán los hombres
del mañana,
y de los poetas anacrónicos
que escriben versos
como éstos ,
y que aguardan el retorno
del imperio de la inocencia.
© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.