Copio a continuación el poema «No son tiempos de Pigmalión y Galatea», perteneciente a mi poemario «El rostro sagrado», como muestra de solidaridad con los indignados de todo el mundo, pero sólo con aquéllos que han hecho sus reivindicaciones de modo pacífico y sin alteración del orden público. Este movimiento originalmente organizado de manera pacífica dio ejemplo a la sociedad de cómo se puede reclamar un mundo mejor y posible, pero no estoy de acuerdo bajo ningún concepto con el uso de las malas artes para tal fin, por lo que mi adhesión a las formas en las que pueda derivar estará siempre condicionada a los modos de su operativa. Dedicado especialmente al movimiento 15-M en su planteamiento original, no como digo al posible movimiento indignado «indignante», y con la esperanza de que se logre mejorar la antiética y mala situación que estamos viviendo, ya sea motivada por acciones voluntarias fuera de los cauces legales o por la propia evolución de la economía. Que nadie se de por aludido en particular en las líneas de este poema, es una simple crítica a las irregularidades del sistema establecido, pero sólo a las irregularidades, pues no me cabe ninguna duda de que entre la clase política también habrá gente honrada.
«No son tiempos de Pigmalión y Galatea»
No son tiempos de Pigmalión y Galatea, no, no lo son,
se libra una batalla sin lanzas ni escudos, la muerte es lenta y dolorosa,
ténlo presente si quieres sobrevivir,
se parapetan los soldados tras las esquinas,
los huesos temblorosos le reclaman al mendigo,
escarba su mísero alimento entre los restos con demasiada frecuencia,
el mariscal dirige a sus desmejorados ejércitos,
los guerreros de la más cruenta lucha que jamás ocurrió, las huestes
de famélicas ancianas, de jóvenes músicos con la mano tendida,
de carismáticos empleados venidos a menos, de heroinómanos desdentados,
de alargados individuos de ochenta libras, de prostitutas moribundas,
avanzan sigilosamente por esta maraña de callejones y parques y cementerios,
no saben donde les espera su mariscal blandiendo la güadaña,
en qué rincón habrán de acatar la orden postrera,
coloca tu linda cabeza sobre esta piedra, aquí en el cadalso,
el verdugo no se apiada de ellos,
y mientras tanto señores de alto linaje se pavonean y se sonríen, organizan bailes,
el verdadero baile lo tenemos ahí afuera,
los ministros se ufanan de dirigir la contienda, adquieren relojes,
los verdaderos relojes están en las vísceras, hay muchos por ahí a precio de saldo,
se vende un riñón a buen precio, necesito seguir viviendo,
los importantes presidentes viajan y se reúnen y deciden, no es fácil, claro,
merman los ejércitos cada segundo que fluye, la batalla no tiene fin,
y los oficiales se entregan a sus cotidianos quehaceres,
se tratan con refinada diplomacia,
se dicen bellas palabras con retorcidas intenciones,
las arcas de algunos engordan sospechosamente,
los soldados del mundo agonizan mientras tanto,
en esta batalla universal de la vida y la muerte,
mas una cosa sé cierta, la tengo bastante clara,
ese tumulto de oficiales trajeados con sus galones bien a la vista,
de presidentes desmemoriados según a qué hora,
de ministros sin escrúpulos, ellos, ellos son el
verdadero ejército de pordioseros,
la verdadera miseria humana anida en sus abyectas miradas,
están ya podridas sus gastadas palabras.
© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.