No desarmaré los Cielos,
yo, el no amado,
que el firmamento fue cuajado
en centurias
y macerando prorrumpió del vientre
y aquí refulgen ubicuos
los astros que me acarician.
No clausuraré los frutos,
que de la amargura devienen,
tardos en las jornadas se sazonan
y en la añada endulzan
mis fauces hambrientas.
Ya que el amor cierto
no es hemorragia aguda sino
llanto incubado,
no es víbora sino lenta rosa,
que sutilmente se abre,
no es cópula de criaturas
sino caricia trémula.
El amor, el amor indubitable,
no es decir ahora y recibir el agasajo,
es más bien seguir callado
como herrerillo en escaramuza,
indultando cada ápice.
Dejadme en mi dulce agonía, bastardos,
indignos de vuestra Madre,
observadla en su lento cariño
de eones.
Porque llegará el día
en que más dulce trinará la alondra
en mis oídos,
y la brisa mecerá mis cabellos
como aya y niño de pecho,
y quizás las flores exhalen
un perfume reservado en los siglos,
o tal vez los mares irrumpan
en el talud con el ritmo
de una marcha nupcial,
y así la Madre nos festeje,
y apruebe un amor consentido,
una pasión a voz en grito
otorgada con su silencio.
© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.
Impresionante!. Un saludo, amigo.
Me alegro de que te guste.
Saludos.
me gusto muy bueno
gracias.