Antes de analizar los desarrollos británicos en la radionavegación, hubo otro desarrollo alemán que duró mucho más allá de la guerra. Se trataba de ‘Elektra’, que consistía en un sistema de tres antenas espaciadas en una línea de 4 a 6 km de largo, que enviaba un abanico de haces en longitudes de onda relativamente largas (unos 1000 metros). Era imposible ‘etiquetar’ los haces individuales, pero estaban suficientemente separados en ángulo ( 10 – 15 ) para que un navegante estuviese razonablemente seguro de cuál estaba observando. Más tarde, el sistema se mejoró a ‘Elektra Sonne’, en el que se hizo girar todo el abanico de haces lentamente, de modo que cada rayo se movía de su posición original a la de su vecino inmediato en un minuto. La idea era muy parecida a la de las compañías originales de Telefunken de 1907, y proporcionaba un servicio muy útil, ya que todo lo que necesitaba un navegador era un simple receptor y un cronómetro. Sólo entonces tenía que observar el instante en que pasaba una equiseñal a través de él después de que la rotación hubiera comenzado, para que supiera con bastante exactitud dónde estaba en relación con la posición original de los haces. Esto le daría su dirección desde la estación transmisora con considerable precisión, y así mediante la observación de una segunda estación podría conseguir una posición.
El sistema era especialmente útil para la navegación de largo alcance y para aproximaciones sobre el mar, y los alemanes lo ajustaron para cubrir la Bahía de Vizcaya mediante el funcionamiento de dos estaciones, una cerca de Brest, y la otra en España no muy lejos tierra adentro desde el cabo Finisterre. Tan pronto como supimos de la construcción de la estación en España, se me pidió que informara a nuestro embajador en Madrid, Sir Samuel Hoare, para que pudiera hacer gestiones ante el gobierno español. Sucedió que algún tiempo antes había tenido que informarle sobre un caso bastante similar, cuando los alemanes habían intentado construir un sistema de iluminación infrarroja en el Estrecho de Gibraltar, para que pudieran detectar el paso de nuestros convoyes a Malta y el Norte de África.
Mi informe había sido un éxito, en el sentido de que había hecho que los alemanes abandonaran el proyecto, pero había resultado tan difícil informar a un embajador no técnico por señas que no esperaba intentar hacerlo de nuevo. Se me ocurrió que existía la posibilidad de que yo pudiera evitar la tarea porque estábamos volando más aviones sobre la bahía que los alemanes. Por lo tanto telefoneé al Oficial Jefe de Navegación del Comando Costero y le pregunté si en el caso de que yo pudiera proporcionarle una cuadrícula de navegación de largo alcance sobre el golfo de Vizcaya, él estaría dispuesto a decir que sería más útil para nosotros que para los alemanes. Después de las discusiones en el Comando Costero, se acordó que ésto era así, y que por lo tanto sería ventajoso para nosotros dejar las estaciones en funcionamiento, si sabíamos lo suficiente sobre sus características para poder calcular las cuadrículas. Esto, gracias al reconocimiento fotográfico y a nuestro conocimiento del sistema, que pudimos llevar a cabo, dio lugar a que el sistema entrara en servicio para la RAF como ‘Consol’. Demostró ser tan eficaz y accesible que se mantuvo después de la guerra, y se convirtió durante mucho tiempo en una de las ayudas a la navegación estándar en muchas partes del mundo.