El 6 de agosto de 1945 es una fecha triste para la humanidad. Desde el avión Enola Gay se lanzó sobre Hiroshima la bomba atómica Little Boy. (El nombre del avión está tomado de una de las madres de los militares que iban a bordo). Al cabo de unos minutos después de la deflagración, y debido a la rápida evaporación de la humedad y agua de la zona, empezó a caer una lluvia de grandes goterones negros, que duró algún tiempo. Como los quemados supervivientes a la explosión tenían mucha sed, bebieron de aquella agua fuertemente contaminada, lo que supuso su fin inminente. De esta forma, no sólo fallecieron las víctimas directas de la explosión, sino también los que tomaron aquella agua envenenada más los que quedaron y desarrollaron cánceres y sus sucesivas generaciones, que heredaron de tal suceso malformaciones congénitas y enfermedades incurables. Como triste recuerdo -y en el honor- de todos los fallecidos a causa de Little Boy he escrito este poema.
«Las lágrimas negras de Enola Gay»
Si las tristes lágrimas negras de Enola Gay, lloviendo,
derritiesen radiactivamente corazones,
derritiesen tu corazón
dejándolo en carne viva.
Si lubricasen los candados perennemente oxidados
y convirtiesen campos yermos en vergeles,
si regasen los rosales en los hombres
y traspasasen cráneos,
traspasasen tu cráneo
trasustanciándose en una borrachera
de dopamina fresca en tu sistema límbico…
Si las tristes lágrimas negras de Enola Gay, lloviendo,
asesinasen la sed y el hambre,
necrosizasen los recios tejidos
del odio, la envidia y la venganza,
y diluviando inundasen todo de amor,
te inundasen de amor verdadero,
¡oh, mujer re-querida!,
entonces se cumpliría el imposible
epitafio de la inocente difunta:
Enola Gay requiescat in pace.
© El rostro sagrado, Sergeantalaric, 2012.