El día 7 de diciembre de 2012 ha salido a la luz la segunda edición de mi poemario «El rostro sagrado», cuyo eje vertebral es la filosofía panteísta. En él se incluyen un total de 42 poemas de diversa índole, incluidos poemas de amor, poesía social, elegías, sonetos, y composiciones en verso libre de otras temáticas. Se puede descargar en formato PDF en una de las secciones, accediendo mediante un botón situado arriba a la izquierda, junto a los demás apartados. Quien desee comprarlo en su versión impresa no tiene más que clicar en el icono con imagen de libro habilitado a tal efecto en la parte derecha de esta web y rellenar los formularios. Para que podáis valorar esta obra antes de adquirirla o de descargarla, aquí dejo una muestra de 16 de los poemas en ella incluidos. Espero que os gusten.
(1) – Hemorragia versicular
¿Qué efímera marca
queda del agua en
la sección del cauce?
Ninguna.
Cada segundo y cada sección
son traspasados
irrepetiblemente,
como transeúntes ebrios
a través de callejas sombrías,
como viajeros en barcas perdidas
en un lejano océano.
Así es el tiempo
y así son las palabras.
Su fluyente murmullo evoca
el irvenir de las rosas,
que nacen y mueren inadvertidamente,
pero que me ilusionan,
porque la Diosa Naturaleza
sufre y padece y llora
y empuja y tira y arrastra
y sopla y calienta y alumbra
para que cada primavera
las flores expresen su pasión
y desgarren el lloro de las niñas
y de los colegiales insensatos,
y de las bellas mujeres
y de los amantes incansables
y de los tímidos indecisos.
Mas el cauce existe por el agua,
es el arroyo quien lo labra.
Luego me alegro.
Porque tal vez las palabras
no sean solo palabras
que el viento dispersa
y tal vez la claridad
impresiona las retinas,
y quizás también en tu corazón,
niña querida,
haga mella el gorjeo de un pájaro,
o el rojo de una rosa,
o el chillido del gavilán,
o los graves de mi voz,
y sola, en silencio, sientas
que los versos sangran en el papel
y que imploran amor.
(2) – Soneto al Café Callejón Álvarez de Gato
Si por la calle Elfo anda despistado
y en Madrid busca la suprema sensación
pare y pruebe los huevos rotos con jamón,
de los dioses manjar más apreciado.
Con desenfado sirve Luis cada ración,
junto a náyades de cuerpo serrano
tomaremos dos tintos de verano
y bolandrines para toda una legión.
Y ahora que todo eso saco a colación
y lo escribo con lenta y diestra mano
y oficio del que de este bar es beato
le dirijo mi mejor recomendación,
amigo, del yantar quedará ufano
si come en Callejón Álvarez de Gato.
(3) – Yo confieso
Yo confieso que
no quiero escribir algo bello.
Yo sólo quiero escribir algo sincero.
Podría armarme con tu hermosura
absorbiéndote con la mirada quieta
y absorbiendo el mundo
y decir por ejemplo
que el niño ha sonreído
o que el río se entumece
tras las lágrimas de Dios
o que el alcaudón corteja
con natural fruición a la hembra
y ambos son dichosos.
Y podría decir que el agua
susurra la historia del arroyo
y de los hombres.
Y que las montañas han vivido
el escalofrío y el temblor
del continente.
Podría decir que te he visto
llorar en abril
o que el mar transporta
la sabiduría de los pueblos,
y que el petirrojo abandera
con su egoísmo este margen
del bosque al atardecer.
También podría decir
que eres hija de la misma
Madre que trae cada hombre
y cada pájaro y cada flor,
y que te hizo bella y buena
como todo lo que ella
decide.
Y que una yerta rama invernal
parirá la misma vida
que conmueve al mendigo
y al terrateniente.
O que cuando callas
tienes el poder de hacer
llorar a un noble.
Y que el Cielo aguarda
a los hombres buenos.
Pero todo ello sería incierto.
Y sólo bastarían dos líneas
que dijesen que si tú quisieras
te amaría hasta el último
de mis estertores.
(4) – Lás lágrimas negras de Enola Gay
Si las tristes lágrimas negras de Enola Gay, lloviendo,
derritiesen radiactivamente corazones,
derritiesen tu corazón
dejándolo en carne viva.
Si lubricasen los candados perennemente oxidados
y convirtiesen campos yermos en vergeles,
si regasen los rosales en los hombres
y traspasasen cráneos,
traspasasen tu cráneo
trasustanciándose en una borrachera
de dopamina fresca en tu sistema límbico…
Si las tristes lágrimas negras de Enola Gay, lloviendo,
asesinasen la sed y el hambre,
necrosizasen los recios tejidos
del odio, la envidia y la venganza,
y diluviando inundasen todo de amor,
te inundasen de amor verdadero,
¡oh, mujer re-querida!,
entonces se cumpliría el imposible
epitafio de la inocente difunta:
Enola Gay requiescat in pace.
(5) – Soneto a Galicia
Por cien mil chaparrones fuiste criada,
te amamantó tu cielo gris del Norte,
y le hacen a la tierra aguada corte,
bajo el sol y las nieblas empreñada.
Preñado tú eres útero y ancho valle
que a luz trae el fuerte roble y petirrojos,
creo que está el mismo Dios en esos ojos
y que en las costas te imprimió su talle.
Esperanza de mil embarazadas
albergas por los hijos venideros
que todo heredarán bajo tu nombre,
Galicia, mi gran madre enamorada
del mar, del verde campo y de aguaceros,
de tu matriz de amor saldrán mil prohombres.
(6) – Esperanza
Acepta estos versos
como las contadas migajas
del único pedazo de pan
de un miserable mendigo,
que reparte entre los fieles gorriones…
…porque mientras un mendigo
reparta su escaso pan,
…mientras algunos nobles mozos
cortejen las feas del baile,
y acaricien mis tímpanos
las palabras de pan de trigo de mi madre…
…mientras los músicos del metro
reciban monedas y dispensen sonrisas,
o los enfermos de la bilis negra
contraigan los atrofiados cigomáticos
con la labia del barbero,
o los locos de atar
tengan geniales intuiciones
con olor a almizcle
y sabor a azafrán…
…Mientras que de las tinieblas
se pase a la luz,
y de la luz a las tinieblas,
o mientras todo
sea tinieblas
y los huesos le
recuerden a los gusanos y a los ratones
la nobleza del inquilino
del ataúd…
…mientras este universo infinito
que existe desde siempre
y para siempre
perdure en sus ciclos,
esparciendo tus átomos
y además los míos
y los átomos de esta hoja
y de esta tinta,
mujer amada,
…mientras tanto habrá esperanza.
(7) – El mundo del mañana
Me gustaría pensar
que tal vez, algún día,
el mundo será
de los seres insignificantes…
de los ancianos que regalan
caramelos a los niños,
de los mendigos,
que no tienen nada,
de los inofensivos hombres
que observan los pájaros,
de los jardineros
que cuidan cada rosa,
de los empleados
que se esfuerzan
por llegar a fin de mes,
de los barberos
que entretienen
al cliente,
de los relojeros viejos
que añoran a la Bergman,
de las novias buenas
y estudiosas,
de los niños de mirada
húmeda y tímida,
que serán los hombres
del mañana,
y de los poetas anacrónicos
que escriben versos
como éstos ,
y que aguardan el retorno
del imperio de la inocencia.
(8) – Tributo a William Shakespeare
Cuando la rosa mustia
que conservo se pudra
irreversiblemente,
y el río que en algún lugar
se besó con su afluente
tras los suaves meandros
muera en el mar;
cuando la cigüeña blanca
yazca con su cigüeño blanco
bajo los reverberos
de un sol hiriente
tras muchos años de solaz,
y cuando el verde trigo
parido de la simiente
a los amigos incomode
en el paladar
convertido en hostia crujiente
de bendecido pan…
Cuando el cirio
que un día se prendió
con un abrazo inocente
agote su cera en un altar
y las campanas doblen
por el aquí presente
yo qué sé en qué lugar;
y en ese día que me convierta
en terrateniente
de un recinto cuadrangular
asistas al funeral
de aquél que tanto te amó
y que tú no quisiste amar,
llorarás amargamente,
pero mi dicha cambiará
porque olvidaré la rosa
y el río, y la cigüeña
y el cirio y el trigo
y el pan
y a aquella niña inocente
cuya bondad ciertas
noches me hizo llorar,
y olvidaré esta quimera
que ahora describo impaciente
que me consume
hasta el final.
(9) – Pasión consentida
No desarmaré los Cielos,
yo, el no amado,
que el firmamento fue cuajado
en centurias
y macerando prorrumpió del vientre
y aquí refulgen ubicuos
los astros que me acarician.
No clausuraré los frutos,
que de la amargura devienen,
tardos en las jornadas se sazonan
y en la añada endulzan
mis fauces hambrientas.
Ya que el amor cierto
no es hemorragia aguda sino
llanto incubado,
no es víbora sino lenta rosa,
que sutilmente se abre,
no es cópula de criaturas
sino caricia trémula.
El amor, el amor indubitable,
no es decir ahora y recibir el agasajo,
es más bien seguir callado
como herrerillo en escaramuza,
indultando cada ápice.
Dejadme en mi dulce agonía, bastardos,
indignos de vuestra Madre,
observadla en su lento cariño
de eones.
Porque llegará el día
en que más dulce trinará la alondra
en mis oídos,
y la brisa mecerá mis cabellos
como aya y niño de pecho,
y quizás las flores exhalen
un perfume reservado en los siglos,
o tal vez los mares irrumpan
en el talud con el ritmo
de una marcha nupcial,
y así la Madre nos festeje,
y apruebe un amor consentido,
una pasión a voz en grito
otorgada con su silencio.
(10) – Mis rosas
Que las rosas por mí te visiten
y que en ellas encuentres
la belleza que en mí
no hallas en este momento.
En ellas guardo mi ser
e impregno mis dones,
ahora a tus ojos inciertos,
hállate por mí acompañada
con su presencia en tus temores
y algún día terminará este invierno.
¿Durarán acaso lo que
mi amor dure?.
Antes ellas tendrán su fin.
Seguirán en su lecho de papel
inertes como un muerto,
guardarán la marca de
mi pasión de pájaro, pero algún día
por otras flores serán cambiadas
quizás por otro regaladas,
así terminará mi aliento,
y del libro serán extraidas
y aunque ese día mis rosas
tristes se mueran
por pasar a ser olvidadas
mi amor se mantendrá cierto,
y perenne, créete por mi querida.
Por testigo pongo al buen Dios
que mi cariño reside
en todas mis poesías,
y son éstas mis rosas,
que te regalo con mi talento
y para que vivas con alegría
a tu belleza y bondad las ofrezco.
Si algún día azaroso
te pinchas con alguna espina
no será el dolor de un tormento,
será que mis rosas queridas
por mí tu amor han descubierto,
y cuando llegue ese día
hallarás en mi la belleza
que en ellas ves en este momento.
(11) – El poema de la vida
Arriba a la izquierda empieza la vida
como un poema empezado de repente,
un trazo que nace en la pluma esgrimida
por Su Majestad el dios de la suerte,
con su mano invisible a ella adherida
guiando el rumbo del caudal y la gente;
y Natura escribe con sangre de su herida
en una línea que se tuerce y se retuerce,
que con la amistad engorda su caligrafía
y con el amor manuscribe más fuerte,
garabateando con rapidez y alegría,
el ritmo del agua lo tiene presente
si de la juventud nos acompaña su lira
en una melodía de felicidad incipiente,
pero cuando se alcanza la sabiduría
y el sinsabor llega como un gordo gerente
clausurándonos la inocencia perdida,
cuando la soledad hace guardia en su fuerte
construyendo en el alma su guarida,
y la enfermedad su barco amarra en el muelle
pues de ultramar nos trae su mercancía,
y se instala despreocupadamente
para disfrutar de una larga estadía,
el sol a lo lejos declina penitente
tan lejos que no llega su luz mortecina,
y con el rigor y la impiedad de un presidente
el poeta culmina sin pesar su poesía,
suelta la pluma el dios de la suerte,
la última línea se escribe enseguida.
Abajo a la derecha termina la muerte.
(12) – Soneto a la esperada Sofía
Como una rosa en una rosalía
o manzana en un pomar manzanero
querida fruta del dios jardinero
en su jardín naciente lozanía.
Augurio tengo de buen agorero
que el heraldo que le anunció a María
vendrá con su trompeta y algarabía,
cobrará entrada el celestial portero,
y con afectada melancolía
de arcángel noble y artista trompetero
diluviará el llanto en su melodía,
pues la áurea rosa del dios jardinero,
celeste estrella de nombre Sofía,
del Cielo a la Tierra caerá en enero.
(13) – Los versos a María Soledad
Como un día concreto de algún verano
los astros te fraguaron en cien mil conjunciones,
hermana de las aves, qué canto me reservas,
qué suspiro de los vientos en las noches punteadas,
me persigue y se me escurre al alborear oriente;
hermosura, el Gran Dios no reparó en gastos,
acumuló libros y manejó manuales, ansiaba el mejor engendro,
como para esta ocasión yo pretendo el verbo exacto;
cuánto bagaje de lirios callados y de aguas murmullantes,
de ocasos y de amaneceres, de valles eternos y de infusorios efímeros,
cuánta sabiduría de manantiales soterrados y de picos alzados al cénit,
de océanos en calma y de cataclismos para empezar un nuevo intento.
Tu concepción fue augurada por oráculos,
leyeron tu nombre en los Cielos, María Soledad,
todo indica algo extraordinario –dijeron-, de cabello negro vendrá
una niña, tan fiel como el perro que sigue a su amo, y lo sobrevive,
y lo aguarda sobre su sepulcro, tan noble como el río,
que distribuye su bondad por la ribera, pasarán dos mil años
y en el polvo de mi ataúd grabado pervivirá el recuerdo
de la joven que tan callado quise, desde tan cerca como desde tan lejos,
que perdí cada día y encontré en cada sueño, Soledad de mi soledad,
a mi lado yacerás con la sonrisa del cierzo,
mi María Soledad, silenciosa confidente eterna,
escucha, no es desdichado el embrión rebullente,
tampoco el reo en la espera de la soga
que la Naturaleza sentencia, pues tú lo acompañas,
no es infeliz el resto del inerte ser en las entrañas de la fosa.
Tú ya lo sabes, a ellos mi secreto desvelo,
mi amada tiene nombre de mujer, oigan todos,
solo en el vientre, solo en la vida, solo en la muerte.
(14) – Mi bestia negra
La bestia negra que me envuelve,
que me amordaza entero, y me ata, y me encadena …
La bestia negra es como una manta
que me ocluye la voz, una manta de pudor sudoroso,
sudo, no puedo, no puedo hablar ni pensar, . . .
La bestia negra me encarcela en un torreón
a la vista de cien cocodrilos hambrientos de temor,
es como un espantapájaros siniestro que
atormenta mi alma y no le deja ni balbucear,
es como despertar dentro de un mal sueño,
en la madrugada, rezumando bilis e intestinos,
los cocodrilos de miradas inquisidoras,
de réplicas y conjeturas y contraríos,
manando de fauces en punta,
dispuestas a estallar en sardónicas carcajadas,
esperando el temblor, con su rictus asesino,
esperando el tartamudeo de esta garganta trémula,
esperando que me hinque de rodillas y pida perdones
y suplique clemencias y piedades, soy humano, señores,
yerro con demasiada frecuencia, ustedes perdonen,
pero a lo mejor logro domarlos, con artes rebuscadas,
y tal vez al fin la multitud de verdes aligatores
rompa en una ovación y en un aplauso estremecedores.
(15)- Diálogo con la Madre
Madre, ¿dónde he de escuchar tu cansada voz?.
A veces el viento beligerante parece traerme
la sinuosa narración de tu juventud plañidera,
es la historia de tu sufrimiento, por tus criaturas
sollozaste todos los aguaceros, por tus hijos
consumiste el fuego de los nidos de estrellas,
me admiro de tu noche de verano centelleante
cuando el sueño parece dominar tu genio iracundo,
esa quietud láctea la desearon los césares en los siglos,
por las jerarquías los hombres lucharon en las jornadas,
y en las noches estrelladas pensaron en tu grandeza,
desde seculares eras hasta los tiempos presentes,
oh, esa grandeza del pájaro y del microbio,
la grandeza del arroyo y del tulipán, de ti heredan los hijos
tu perspicacia, la matriz arroja hermosos vástagos.
Otras veces escucho la fluyente letanía del agua,
son las preces infinitas del riachuelo agradecido
veo tanta sabiduría en cada ínfima gota
invocando en coro al unísono la vieja balada.
Te escucho de las más numerosas formas,
junto al arrullo oceánico, en el admirable gorjeo del
pájaro, en el esplendoroso día del entretiempo,
tu voz me llega clara y diáfana pues
posee todas las residencias universales.
Algunas ocasiones, raras veces, me atemorizas
con la regañina al hijo mal criado, ese día cuando
el istmo parece querer quebrarse, cuando la tempestad
se encoleriza con todos tus retoños, cuando
el temblor advierte de tu soberbio temperamento,
pero, Madre, he de acatar tu genio y tu soberbia,
los hijos somos egoístas, compréndelo, cada día
que pasa hollamos más en tu faz, te haces vieja,
nuestro cariño es interesado, siempre lo ha sido,
arañamos tu rostro con alegre indiferencia.
Pasarán los eones, llegarán nuevas eras,
las civilizaciones se extinguirán y germinarán de nuevo,
pero tus vástagos seguirán escuchando tu vieja y
cansada voz, esa dulce y amorosa canción de cuna
del pinar atravesado por el viento, del río inmemorial,
del jilguero incubando en su prometedora morada,
porque, Madre, tu cariño es infinito.
(16) – El libro sagrado
Los bólidos encienden los trazos
de la Sublime Escritora, ¿ves su luz allí?.
No es el carmesí del poniente,
el rubescente color de la doncella
que se asoma a su penumbrosa galería,
ahora miríadas de astros nos contemplan,
miríadas de luces de millones de siglos,
la doncella duerme mientras los grillos
nocturnos invocan a sus lejanas deidades.
No es el carmesí del poniente,
es la lágrima instantánea la que consideras.
La lágrima de la que ahora sueña.
La estrella fugaz de un noble sentimiento.
Testigos de las eras enmudecidos nos examinan
desde las ignotas e incomprendidas bóvedas.
Ahora observa el lento planeta errante.
Sus epiciclos fueron descritos por los
siete sabios del Mundo Antiguo,
pero más de eso no fue penetrado
su opaco e inmemorial misterio.
Lo efímero y lo eterno comulgan
de la antigua idea del Cosmos.
Hay tanta majestad en lo infinito
de los magníficos Cielos.
Pulsan lejanos y desconocidos cuerpos,
y sus minúsculos y despreciables ecos
atraviesan los espacios abarcando
nuestras insomnes pupilas,
reverberan las llamaradas de fuego
que se cuecen en los hornos estelares
e impertérritos las percibimos sin inmutarnos.
La leche de la doncella, la leche de Era
cruza el vasto dominio de las esferas,
guió a los marinos y mercaderes errabundos
en sus mundanos comercios y aún ahora
la vemos amamantando a sus retoños.
Cuenta con tu mecanismo los segundos,
segundos pasados serán, ni siquiera te
proveerán de más sabiduría,
La infinitud mantiene su viejo libro a buen recaudo,
el viejo libro de innúmero volumen
donde el Universo se describe sin prisa a sí mismo,
el libro de inacabables poemas de amor,
donde la anciana y sabia doncella se festeja,
recreándose en cada insignificante línea,
el amor a sí misma la obnubila.
Y guía el curso de los acontecimientos
a su más libre antojo.
¿Qué sabrá esa caprichosa chiquilla
de lo bueno y de lo malo?.
Sólo se asegura de escribir en ciclos,
pues pretende un manuscrito
sin justicia ni pasión, sin principio ni final,
es el libro sagrado de la Anciana Escritora.
© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.
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